El don de la visión
Por Patricia Escobar
Santa Cruz, Bolivia
Unos de los dones más preciados que tenemos es el de la visión. Una de las misiones por la cual Jesús fue enviado fue para darnos este don.
Lucas 4:18-19 (NVI)
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor».
Estas son las palabras del profeta Isaías que Jesús leyó en una sinagoga de Nazaret, y de las que declaró: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes” (Lucas 4:21).
Para esto había sido enviado Jesús. Una de esas misiones era dar vista a los ciegos, es decir, entregar el don de la visión. Sabemos que Él lo hizo físicamente con varios hombres en las Escrituras como los 2 ciegos de Jericó (Mateo 20: 29-34), el ciego de Betsaida (Marcos 8: 22-26), el ciego de nacimiento (Juan 9), entre otros. Pero la ceguera más importante que Jesús vino a sanar es la ceguera espiritual, la que no solo curó cuando estuvo en medio de nosotros, sino que continúa sanando hasta el día de hoy.
¿Qué es la ceguera espiritual? Básicamente es la incapacidad de ver y percibir a Dios. Es la imposibilidad de ver con los ojos de Dios.
¿Quiénes sufren de esta ceguera? ¿Sólo los inconversos? ¡¡¡Claro que no!!! Aún nosotros como cristianas podemos estar ciegas en algunos momentos de nuestras vidas. Las cosas de Dios no son de este mundo, son realidades tan grandes y maravillosas que podemos perderlas de vista mientras estamos en este mundo, en medio de las batallas.
¿Qué puede cegarnos? Quiero mencionarte 3 cosas que tienen el potencial de cegarnos, no son las únicas, pero creo que estás son las más recurrentes:
Orgullo: Pablo, un hombre tan conocedor de las Escrituras, pero con un corazón orgulloso. Ese orgullo lo cegaba. Por orgullo llegamos a pensar que tenemos la razón siempre, o que nuestro punto de vista es el correcto, por orgullo desarrollamos una incapacidad de reconocer nuestros errores o llegamos a creer que nuestra experiencia acredita lo que pensamos. Pablo necesitó un encuentro personal con Jesús para que sus ojos fueran abiertos (Hechos 9).
Dolor: Job, un hombre fiel a Dios que en medio de la prueba fuerte dejó de ver que Dios seguía obrando y que Él estaba en control. Necesitó una confrontación de Dios para que sus ojos fueran abiertos. (Job 42: 1-6)
Ignorancia: Nos extraviamos cuando dejamos de aprender de nuestro Dios (Oseas 4:6). No es suficiente lo que ya sabemos, debemos navegar en las aguas profundas de la Palabra, para descubrir todo lo que Dios quiere enseñarnos en ellas.
La oración del apóstol Pablo en Efesios 1:18-19a nos habla de lo importante del don de la visión:
18 Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre pueblo santo, 19 y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos.
¿Cómo podremos ver la esperanza a la que Dios nos ha llamado, la riqueza de su gloriosa herencia y la incomparable grandeza de su poder en favor de su pueblo si estamos ciegas? ¡¡No podemos!! Tan grandes bendiciones están ocultas de los ciegos espirituales.
En un mundo como el de hoy, con tanta información, con tanta conexión es tan difícil reconocer que en realidad muchas veces somos ciegas. Que muchas veces lo que creemos ver con tanta claridad no es más que una nube oscura.
Aún como cristianos nuestra vista puede ser defectuosa, nublada, incluso perderla por algún tiempo. En medio de vidas tan ocupadas en las actividades en nuestras iglesias, en medio de toda la experiencia acumulada por años de seguir a Jesús, en medio de nuestro conocimiento de las Escrituras, ¿es posible dejar de ver lo que realmente Dios quiere que veamos? ¿Es posible estar ciegas? ¡Claro que si!
En mi vida he vivido varios procesos en los que dejé de ver, sin darme cuenta me volví ciega espiritual. Uno de esos momentos fue cuando mi esposo y yo fuimos despedidos del ministerio de forma repentina, después de haber vuelto de una misión en otra ciudad de Chile, para ayudar y trabajar con la iglesia en la capital. No puedo describir las numerosas emociones que experimenté en ese momento, la sensación de ser abandonada, de ser desechada. Los días posteriores fueron una lucha en mi corazón entre mi fidelidad a Dios y mi enojo y sensación de injusticia. No me aparté de la oración ni de la iglesia. Seguimos fieles, pero me volví ciega. Dejé de ver la esperanza, el glorioso poder de Dios y su control sobre todo. Esperaba que alguien me dijera que se habían equivocado y nos pidieran perdón, sentía que un día se iban a arrepentir de habernos causado tanto dolor. Nos sentimos solos y sin nadie que nos defendiera. Me llené de amargura. Ya no veía las cosas igual. No podía ver a Dios con claridad, me era difícil ver desde los ojos del perdón y la aceptación, ¿por qué Dios permitía eso, si habíamos dejado todo para servirlo en la misión? ¿Por qué los hermanos eran tan ingratos con nosotros? Así es como yo pensaba y creía que estaba en lo correcto.
En su inmensa bondad, Dios fue bueno con nosotros y nos llevó a otra iglesia en otro país, y nos permitió sanar nuestros corazones, pero también abrió nuestros ojos.
Job 42: 4-6 (NVI)
3 “¿Quién es este —has preguntado—, que sin conocimiento oscurece mi consejo?”. Reconozco que he hablado de cosas que no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desconocidas.
4 »Dijiste: “Ahora escúchame, yo voy a hablar; yo te cuestionaré y tú me responderás”. 5 De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. 6 Por tanto, me retracto y me arrepiento en polvo y ceniza».
Dios le quitó a Job la venda de sus ojos, y ahora podía ver lo que en su momento de dolor no pudo ver. Igual me pasó a mí. Yo tenía una visión propia de cómo debían suceder las cosas, no estaba viendo con los ojos de Dios. Él tenía un plan para nosotros, diseñado para ayudarnos y enseñarnos, pero no lo podía ver. Dios nos ha enseñado tanto en estos años en Santa Cruz, Bolivia, hemos aprendido lecciones invaluables. ¡¡Su plan es perfecto!!
Reflexión:
¿Hay alguna situación en tu vida que podría estar cegándote hoy?, ¿estás viendo las cosas con los ojos de Dios?, ¿estás dispuesta a que Dios abra tus ojos?
Desafío:
Toma un tiempo para pensar y reflexionar sobre tu vida. Luego busca una hermana madura de tu congregación, que te conozca y pregúntale cómo te ve. Pregunta si es posible que haya algo que no estás viendo con claridad y que afecta tu corazón y tu forma de vivir. Prepárate a escuchar y decide orar y trabajar en aquello que esa hermana te indique.
Biografía de la autora:
Soy chilena. Discípula por 34 años, casada con Cristian Escobar por 19 años, tenemos 2 hijos, Sofía de 14 y Benjamín de 12. Soy contador auditor de profesión, y trabajo en el ministerio a tiempo completo por 22 años.
Siendo aún soltera fui llamada a liderar las mujeres en la Iglesia de La Paz, Bolivia. Luego regresé a Santiago donde conocí a mi esposo, el cual se había bautizado mientras yo estaba en la misión.
Luego de casarnos, mi esposo y yo fuimos enviados a plantar la iglesia de Viña del Mar, Chile. Luego de 7 años volvimos a trabajar en Santiago. En el año 2015 fuimos llamados a liderar la Iglesia de Santa Cruz, Bolivia, donde actualmente servimos como Evangelista y Consejera de Mujeres por casi 10 años.
Actualmente estoy cursando una licenciatura en Teología.
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